
La vida no es siempre una cuestión de tener buenas cartas, sino, a veces, de jugar bien una mala mano.
Cada año, el otoño me recuerda quién soy.
Los colores suaves, el aire fresco y la luz dorada despiertan recuerdos dormidos: paseos, risas, tardes tranquilas en casa.
Es tiempo de soltar, como hacen los árboles, pero también de guardar lo vivido con cariño.
Aunque todo afuera parezca apagarse, por dentro me siento más vivo que nunca.
Mi fotografía es como mi vida: a veces está desenfocada, tiene un contraste terrible y la luz no ayuda para nada. Pero cuando le encuentro el ángulo perfecto, es una obra maestra. Y si no, le pongo un filtro en blanco y negro y digo que es